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Abrojos


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Rubén Darío


Abrojos

I
¡Día de dolor
aquel en que vuela
para siempre el ángel
del primer amor!


II
¿Cómo decía usted, amigo mío?
¿Que el amor es un río? No es extraño.
Es ciertamente un río
que uniéndose al confluente del desvío,
va a perderse en el mar del desengaño.


III
Pues tu cólera estalla,
justo es que ordenes hoy ¡oh Padre Eterno!
una edición de lujo del infierno
digna del guante y frac de la canalla.


IV
En el kiosco bien oliente
besé tanto a mi odalisca
en los ojos, en la frente,
y en la boca y las mejillas,
que los besos que le he dado
devolverme no podría
ni con todos los que guarda
la avarienta de la niña
en el fino y bello estuche
de su boca purpurina.


V
Bota, bota, bella niña,
ese precioso collar
en que brillan los diamantes
como el líquido cristal
de las perlas del rocío
matinal.
Del bolsillo de aquel sátiro
salió el oro y salió el mal.
Bota, bota esa serpiente
que te quiere estrangular
enrollada en tu garganta
hecha de nieve y coral.


VI
Puso el poeta en sus versos
todas las perlas del mar,
todo el oro de las minas,
todo el marfil oriental;
los diamantes de Golconda,
los tesoros de Bagdad,
los joyeles y preseas
de los cofres de un Nabad.
Pero como no tenía
por hacer versos ni un pan,
al acabar de escribirlos
murió de necesidad.


VII
Al oír sus razones
fueron para aquel necio
mis palabras, sangrientos bofetones;
mis ojos, puñaladas de desprecio.


VIII
Vivió el pobre en la miseria,
nadie le oyó en su desgracia;
cuando fue a pedir limosna
lo arrojaron de una casa.
Después que murió mendigo,
le elevaron una estatua...
¡Vivan los muertos, que no han
estómago ni quijadas!


IX
Primero, una mirada;
luego, el toque de fuego
de las manos; y luego,
la sangre acelerada
y el beso que subyuga.
Después, noche y placer; después, la fuga
de aquel malsín cobarde
que otra víctima elige.
Bien haces en llorar, pero ¡ya es tarde!...
¡Ya ves! ¿No te lo dije?


X
¡Oh, mi adorada niña!
Te diré la verdad:
tus ojos me parecen
brasas tras un cristal;
tus rizos, negro luto;
y tu boca sin par,
la ensangrentada huella
del filo de un puñal.


XI
Lloraba en mis brazos vestida de negro,
se oía el latido de su corazón,
cubríanle el cuello los rizos castaños
y toda temblaba de miedo y de amor.
¿Quién tuvo la culpa? La noche callada.
Ya iba a despedirme. Cuando dije "¡Adiós!"
ella, sollozando, se abrazó a mi pecho
bajo aquel ramaje del almendro en flor.
Velaron las nubes la pálida luna...
Después, tristemente lloramos los dos.


XII
¡Oh, luz mía! Te adoro
con toda el alma;
tu recuerdo es la vida
de mi esperanza.
Corazón mío,
¡vieras, con mi silencio,
cuánto te digo!
Y con tus ansias
y tu silencio,
¡vieras, corazón mío
cuánto sospecho!
[1886]


XIII
¿Que lloras? Lo comprendo.
Todo concluido está.
Pero no quiero verte,
alma mía, llorar.
Nuestro amor, siempre, siempre...
Nuestras bodas... jamás.
¿Quién es ese bandido
que se vino a robar
tu corona florida
y tu velo nupcial?

Mas no, no me lo digas,
no lo quiero escuchar.
Tu nombre es Inocencia
y el de él es Satanás.
Un abismo a tus plantas,
una mano procaz
que te empuja; tú ruedas,
y mientras tanto, va
el ángel de tu guarda
triste y solo a llorar.
Pero ¿por qué derramas
tantas lágrimas?... ¡Ah!
Sí, todo lo comprendo...
No, no me digas más.


XIV
Yo era un joven de espíritu inocente.
Un día con amor la dije así:
—Escucha: el primer beso que yo he dado,
es aquel que te di...
Ella, entonces, lloraba amargamente.
Y yo dije: ¡Es amor!
sin saber que aquel ángel desgraciado
lloraba de vergüenza y de dolor.


XV
A un tal que asesinó a diez
y era la imagen del vicio,
muerto, el Soberano Juez
le salvó del sacrificio
sólo porque amó una vez.


XVI
Cuando cantó la culebra,
cuando trinó el gavilán,
cuando gimieron las flores,
y una estrella lanzó un ¡ay!
cuando el diamante echó chispas
y brotó sangre el coral,
y fueron dos esterlinas
y los ojos de Satanás,
entonces la pobre niña
perdió su virginidad.


XVII
Cuando la vio pasar el pobre mozo
y oyó que le dijeron: -¡Es tu amada!...
lanzó una carcajada,
pidió una copa y se bajó el embozo.
—¡Que improvise el poeta!
Y habló luego
del amor, del placer, de su destino...
Y al aplaudirle la embriagada tropa,
se le rodó una lágrima de fuego,
que fue a caer al vaso cristalino.
Después, tomo su copa
¡y se bebió la lágrima y el vino!...
[1886]


XVIII
Cantaba como un canario
mi amada alegre y gentil,
y danzaba al son del piano,
del oboe y del violín.
Y era el ruido estrepitoso
de su rítmico reír,
eco de áureas campanillas,
són de liras, de marfil,
sacudidas en el aire
por un loco serafín.
Y eran su canto, su baile,
y sus carcajadas mil,
puñaladas en el pecho,
puñaladas para mí,
de las cuales llevo adentro
la imborrable cicatriz.
[1886]


XIX
La estéril gran señora desespera
y odia su gentil talle
cuando pasa la pobre cocinera
con seis hijos y medio por la calle.


XX
Ponedle dentro el sol y las estrellas.
¿Aún no? Todos los rayos y centellas.
¿Aún no? Poned la aurora del oriente,
la sonrisa de un niño,
de una virgen la frente
y miradas de amor y de cariño.
¿Aún no se aclara? —Permanece oscuro,
siniestro y espantoso—.
Entonces dije yo: "—¡Pues es seguro
que se trata del pecho de un celoso!"
[1886]


XXI
He aquí el coro que entonan
los vagos y los mendigos:
"—¡Guerra a muerte a los banqueros
que repletan sus bolsillos!"
Regla general: —Los pobres
son los que odian a los ricos.


XXII
Me dijo un amigo ayer:
"—Aquel que pueda llegar
a cierta hora en que a tentar
sale a veces Lucifer,
hallará en toda mujer
la mujer de Putifar.
El asunto está en saber
cuándo el reloj va a sonar.
Ahora ¡vamos a ver!
¿siempre te vas a casar?"


XIII
De lo que en tu vida entera
nunca debes hacer caso:
la fisga de un envidioso,
el insulto de un borracho,
el bofetón de un cualquiera
y la patada de un asno.


XXIV

1
Viejo alegre, viejo alegre,
no persigas a mi novia;
"no son pájaros de invierno
los amantes de las rosas.


2
Viejo alegre, viejo alegre,
me quitaste a mi adorada;
¡cuál te engríes en la boda
retiñéndote las canas!


3
Viejo alegre, ríe, ríe,
pues volvió tu primavera;
tanto que hoy ha amanecido
retoñando tu cabeza.


XXV
¿Dar posada al peregrino?...
A uno di posada ayer;
y hoy, prosiguió su camino
llevándose a mi mujer.


XXVI
¡A aquel pobre muchacho
le critica una copa y un albur,
ese viejo borracho
que tiene cincuenta años de tahúr!...


XXVII
El traje de los vicios
son los harapos;
que hoy andan las virtudes
de guante blanco.
Lugar común;
pero que siempre empleamos
si vemos un...


XXVIII
¡Qué cosa tan singular!
¡Ese joven literato
aún se sabe persignar!


XXIX
Aquella frente de virgen,
aquella cándida tez,
aquellos rizos oscuros,
aquellos labios de miel,
aquellos ojos purísimos
que vían con timidez,
aquel seno que tenía
de la niña y la mujer,
y aquella risa inocente,
eran... ¡la número 10!


XXX
Mira, no me digas más:
¡que otra palabra como ésa
tal vez me pueda matar!


XXXI
¡Qué piropo! Escalda y pincha.
¡Qué obscenidad! ¡Qué baldón!
—¿Quién lo dijo? —Ese mocito
del flamante redingot.
A la pobre muchachuela
la cara se le encendió...
Iba descalza, iba rota...
Y ¡miren qué contrición!:
—¡Como si tal harapienta
pudiera tener pudor!


XXII
¡Advierte si fue profundo
un amor tan desgraciado,
que tuve odio a un hombre honrado
y celos de un moribundo!


XXXIII
¿Por qué ese orgullo, Elvira? Que se domen
en ti loca ambición, ruines enojos,
y quítate esa venda de los ojos,
y que esos ojos a lo real se asomen.
Mira, cuando tus ansias vuelo tomen
y te finjan grandezas tus antojos,
bellas —rostro divino, labios rojos—,
que unas comen pan duro, otras no comen.
Bajan a los abismos nieves puras
cuando rueda el alud; y se hacen fango
después de estar en cumbres altaneras.
¡Ay, yo he visto llorar sus desventuras
a encopetadas hembras de alto rango
sobre el sucio jergón de las rameras!


XXXIV
He aquí la exacta copia
de un caso digno de fe.
Lo cuento tal como fue,
pues no es de cosecha propia.
A un joven de posición,
una joven irritada,
de una sola puñalada
le ha partido el corazón.
Se ha levantado el proceso
y se examina con pausa,
para averiguar la causa
de tan terrible suceso.
Ya averiguada, sonroja
un hecho tan inaudito:
¡él cometió el gran delito
de llamarla bizca y coja!
Por tanto, siendo, en verdad,
ése un delito tan feo,
¡que quede libre la reo!,
¡en completa libertad!


XXXV
Niña hermosa que me humillas
con tus ojos grandes, bellos:
son para ellos, son para ellos
estas suaves redondillas.
Son dos soles, son dos llamas,
son la luz del claro día;
con su fuego, niña mía,
los corazones inflamas.
Y autores contemporáneos
dicen que hay ojos que prenden
ciertos chispazos que encienden
pistolas que rompen cráneos.

[1886]


XXXVI
Pues si el torno de la inclusa
es un buzón verdadero,
¿adónde llevan los ángeles
las cartas para el infierno?


XXXVII
¿Quién es candil de la calle
y oscuridad de su casa?
—Quien halla en aquélla flores
y en ésta abrojos y lágrimas.


XXXVIII
Lodo vil que se hace nube,
es preferible, por todo,
a nube que se hace lodo:
ésta cae y aquél sube.


XXXIX
El pobrecito es tan feo
que nadie le hace cariño.
¡Dejan en la casa al niño
cuando salen de paseo!...
Y ello no tiene disculpa,
pues, de fealdad tan extraña,
es el molde de la entraña
quien ha tenido la culpa.


XL
¡Qué bonitos
los versitos!
—me decía
don Julián...
Y aquella frase tenía
del diente del can hidrófobo,
del garfio del alacrán.


XLI
Vamos por partes:
comenzará muy puro,
pero, al fin... ¡carne!


XLII
Tan alegra, tan graciosa,
tan apacible, tan bella...
¡Y yo que la quise tanto!
¡Dios mío, si se muriera!
Envuelta en oscuros paños
la pondrían bajo tierra;
tendría los ojos tristes,
húmeda la cabellera.
Y yo, besando su boca,
allá, en la tumba, con ella,
sería el único esposo
de aquella pálida muerta.
[1886]


XLII
¡Tras que la engaña el bridón,
y le niega su cariño,
le quiere quitar su niño,
que es quitarle el corazón!


XLIV
Amo los pálidos rostros
y las brunas cabelleras,
los ojos lánguidos y húmedos
propicios a la tristeza,
y las espaldas de nieve,
en donde oscuras y gruesas,
caen, sedosas,
las gordas trenzas,
y donde el amor platónico
huye, baja la cabeza,
mientras, temblando, se mira
la carne rosada y fresca.


XLV
¡Su padre los echa! Yo, ha poco, le he visto,
soberbio, iracundo, lanzarles de allí.
No importa, hijos míos; diré como Cristo:
"¡Dejad a los niños que vengan a mí!"


XLVI
Convengo de cualquier modo.
No son raras hoy las víctimas;
y es preciso, en el mercado
donde todo se cotiza,
que se demande y se busque
el material de la orgía...
Pero, una madre, ¡una madre!
a su hija, Dios santo, ¡a su hija!
¡Oh, Alfredo de Musset! Dime si Rolla
regateó con el Diablo la tarifa,
o con la madre monstruo tiró dados
sobre el desnudo cuerpo de la niña.


XLVII
Soy sabio, soy ateo;
no creo en diablo ni en Dios...
(...pero, si me estoy muriendo,
que traigan al confesor).


XLVIII
Besando con furia loca
la boca de un niño ajeno,
miro yo a la virgen cándida
y no sé lo que comprendo.
¿Qué es ese brilo en los ojos?
¿Qué es en el rostro ese incendio?
¿Qué es ese temblar de labios?
¿Qué es ese crujir de nervios?
Para ser a un niño... ¡a un niño!...
esos besos... ¡esos besos!...


XLIX
El Mundo es un papanatas;
el Demonio ya chochea;
en tanto que la otra vive
siempre joven, siempre fresca;
con las uñas preparadas,
siempre acecha que te acecha.
Conque quedamos, señores,
en que la Carne es la reina.


L


1
Una mañana de invierno
hallé en el suelo, aterido,
con el cuerpo todo trémulo
y alas húmedas, un mirlo.
"Hasta con las pobres aves
caridad". Conque, cogílo,
busqué rastrojo, hice lumbre
y calenté al pajarito,
que abre los ojos, sacúdese,
vuela ya libre del frío
y se pierde entre las frondas
de los árboles vecinos.


2
¡Me miraron con horror
en mi pueblo! Si se dijo
que yo pasaba mis ocios
asando pájaros vivos!...

[1886]


LI
Se ha casado el buen Antonio,
y es feliz con su mujer,
pues no hay otra más hermosa,
ni más dulce, ni más fiel,
ni más llena de cariño,
ni más falta de doblez,
ni más suave de carácter,
ni más facil de caer...


LII
Érase un cura, tan pobre,
que daba grima mirar
sus zapatos descosidos
y su viejo balandrán.
Érase un cuasi mendigo
que solía regalar
a los más pobres que él
con la mitad de su pan.
Un cura tan divertido
para hacer la caridad,
que si daba el desayuno
se acostaba sin cenar.
Érase un pobre curita
llamado el Padre Julián,
a quien vían como a un perro
los grandes de la ciudad,
pues era tan inocente
y era tan humilde el tal,
que en la casa de los grandes
daba risa su humildad.
Un día amaneció muerto,
siendo causa de su mal
no se sabe si mucha hambre
o alguna otra enfermedad.
Entonces un gran entierro
se ofreció al Padre Julián,
donde sólo en cera y pábilo
se quemara un dineral.
Y se vieron coches fúnebres
y hubo un lujo singular,
a los ecos de las marchas
de la música marcial.
Y cuentan que los timbales
y oboes, al resonar,
hacían burla del muerto
pobre de solemnidad...
Y que el muerto se reía
pensando en su balandrán,
con una de aquellas risas
que dan ganas de llorar.


LIII
Me tienes lástima, ¿no?...
Y yo quisiera una soga
para echártela al pescuezo
y colgarte de una horca,
porque eres un buen sujeto,
una excelente persona
con mucha envidia en el alma
y mucha baba en la boca.


LIV
¡Un pensamiento! Cosa
que harto me ha hecho pensar. ¿Habrá tormento
como esta flor, regalo de una hermosa
que me tiene cautivo el pensamiento?
Primero en el ojal de la levita,
después en la cartera...
¡Quién la ve tan marchita,
y ha unos meses, Dios mío, quién la viera!
Hoy creo, en este abismo
de cosas y de ideas tan terrible,
que se han vuelto uno mismo
un pensamiento flor y otro invisible.
Pero es lo peor del caso
que al ir volando el viento,
se llevará de paso
en su giro uno y otro pensamiento.

[1886]



LV
Joven, acérquese acá:
¿Estima usted su pellejo?
Pues, escúcheme un consejo,
que me lo agradecerá:
Arroje esa timidez
al cajón de ropa sucia,
y por un poco de argucia
dé usted toda su honradez.
Salude a cualquier pelmazo
de vales, y al saludar,
acostúmbrese a doblar
con frecuencia el espinazo.
Diga usted sin ton ni son,
y mil veces, si es preciso,
al feo, que es un Narciso,
y al zopenco, un Salomón;
que el que tenga el juicio leso
o sea mal encarado,
téngalo usted de contado
que no se enoja por eso.
Al torpe déjele hablar,
sus torpezas disimile,
y adule, adule y adule
sin cansarse de adular.
Como algo no le acomode,
chitón y tragar saliva,
y en el pantano en que viva
arrástrese, aunque se enlode.
Y con que befe al que baje,
y con que al que suba inciense,
el día en que menos piense
será usted un personaje.


LVI
Tengo de criar un perro,
ya que en este mundo estoy.
No me importa lo que sea,
alano, galgo o bull-dog;
lo quiero para tener
un tierno y fiel queredor
que sonría con el rabo
cuando le acaricie yo;
para que me ofrezca todo
su perruno corazón,
y gruña a quien me amanece
y se alegre con mi voz;
y para, si me da el coléra
y huyen de mi alrededor,
juntos, parientes y amigos,
que nos quedamos los dos:
yo, cadáver, como huella
de una vida que pasó:
él lanzado tristemente
sus aullidos de dolor.


LVII
No quiero verte madre,
dulce morena.
Muy cerca de tu casa
tienes acequia,
y es bien sabido
que no nadan los hombres
recién nacidos.


LVIII
¿Que por qué así? No es muy dulce
la palabra, lo confieso.
Mas, de esa extraña amargura
la explicación está en esto:
después de llorar mil lágrimas
ásperas como el ajenjo,
me alborotó el corazón
la tempestad de mis nervios.
Siguió la risa al gemido,
y a la iracundia el bostezo,
y a la palabra el insulto,
y a la mirada el incendio;
por la puerta de la boca
lanzó su llama el cerebro,
y en aquella noche obscura,
y en aquel fondo tan negro,
con la tempestad del alma
relampagueó el pensamiento,
y les salieron espinas
a las flores de mis versos.

[1886]

Anna Scott Tyler © Dra. Gloria M. Sánchez de Norris
Abrojos
 
© Yoyita

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