Arte Nicarag�ense

Dr. Mario Román V., Palalán


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Cada año después de Semana Santa • Nos bajamos del bus • 

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Marco Gonzalez Garland

Cada a�o despu�s de Semana Santa

Cada año despu�s de Semana Santa, muchas familias de Jinotepe acostumbraban ir de vacaciones a Huehuete, el tradicional balneario de los Chingos�; el �nico Hotel era el llamado de la Pacifica, realmente era una casa grande con tres cuartos para hu�sped y, una enorme enramada de piñuelas para alguna familia grande.

La comida era excelente, desde el desayuno hasta los �ltimos bocadillos de las diez por la noche, piso de tierra que era constantemente humedecido por un trabajador para aminorar el calor, hamacas por todos lados, algunas veces hasta 20 colgadas de los horcones, estas, para una gran mayor�a serv�an nos como camas para dormir.

Cuando nos dec�an que ir�amos al mar en carretas, nos llenaba un esp�ritu de aventura, nos sent�amos como los primeros conquistadores, entrar�amos a otro mundo lleno de leyendas de Leones. Panteras y otras fieras, Toros luchando contra Leones para defender la manada, cada año, nos contaba encontraban leones entre los cuernos del toro con los cachos metidos en la madera, ah� mor�a toro y tigre y, adem�s leyendas de las montanas, la Giganta, las Luces en el Cielo, Las Pelotas que vuelan, etc. Dice un dicho: puedes sacar al ni�o del campo, pero nunca puedes sacar el campo del ni�o, exactamente eso nos pasaba, aunque viv�amos en la �ciudad�eramos campesinos educados.

En el preciso instante que nos avisaban del viaje, este comenzaba, ten�amos muchas tareas que llevar a efecto, aparte de los ex�menes finales que ya se acercaban, como comprar hules para las hondas, esto era muy serio, tenia que ser de neum�tico rojo, suave, de tal manera que al ponerlo en un declive se resbalara como culebra, solamente los hules rojos no se picaban al tirarle a un zopilote, hacer un buen acopio de hule, adem�s, los amarradotes que si pod�an ser de hules negros aunque se picaran en agua salada. Ir a los cafetales a cortar los perfectos ganchos de honda, no nos interesaba el valor de unas cuantas plantas de caf�.

Las piedras eran muy importantes, deber�a ser �piedra fina� azul y pesadas, No se pod�a arriesgar una Pava Loca por tener malas municiones y hules que se reventaran al primer estir�n.

Los sombreros eran importantes para los papas, pero realmente a ninguno de nosotros interesaban, est�bamos si, obligados a usarlos, luego los caites, recuerdo un año en que mis Zapatos fueron mojados en agua de mar, los puse a secar al sol, esa tarde me los queria poner y fue imposible, eran unas cosas duras, imposibles de calzar, y los zapatos de lona para otros. Los hules para las hondas ten�an que ser de donde la Santos Montalb�n, una pulper�a en donde hab�a lo que se te ocurriera: las piedras buscarlas en los antiguos causes de r�os, los zapatos de lona en donde Mr. Samqui.

El tiempo pasaba lentamente, mas lento aun despu�s de los ex�menes finales, nos reun�amos los amigos, que ir�an con sus familias, a planificar el viaje y la estad�a, cada dia hab�a una variante y un nuevo descubrimiento, como si us�bamos mercurio met�lico en un frasquito amarrado en las piernas, no exist�a culebra que te mordiera, otros dec�an que la manteca de tortuga serenada era lo ideal, en todo caso deber�amos tener a mano Curarina, el ant�doto universal contra la mordida de serpiente, ya que esta muerde, la culebra pica y no hab�a cura. Una vez una culebra ratonera mordi� a uno de nosotros, este llego arrastr�ndose donde est�bamos, le preguntamos que hab�a pasado, nos cont� que una gran culebra lo hab�a mordido en la pierna, lo examinamos si, estaba la mordida, inmediatamente a darle curarina, la tomo e sin intervalo la escupi� y dijo, prefiero morir de la mordida que del sabor de esa chochada.

El S�bado de Gloria, as� se llamaba en aquella �poca de los treinta, lo esper�bamos casi como si fuera navidad, en cuanto repicaban las campanas de la Iglesia Parroquial era se�al que acababan de cantar gloria, �ramos libres de correr y mas, dos cosas hac�amos, la primera hacer hoyos en la tierra, cada carb�n que encontr�bamos sab�amos que era el alma de un condenado en los infiernos, claro el patio estaba cubierto de pedazos de carb�n de la cocina, ya que los trastes en muchas casas los lavaban con ceniza del fog�n y el agua la tiraban al patio.

La otra cosa era, poner en la puerta todos los bultos y calaches propios para cuando llegaran las carretas, se colocaran en un lugar que estuviera a mano para nosotros.

A las dos en punto llegaban las carretas, una para la carga de tijeras, cajones con comida, ropa, l�mparas y dem�s objetos, la otra era para nosotros, los ni�os. Como quer�amos salir r�pido sac�bamos todo a la calle y lo sub�amos a la carreta, al poco ten�amos que sacarlo, el gu�a dec�a que la carga no estaba balanceada y los bueyes se cansar�an r�pido, as� que a balancear.

Despu�s de una hora, larga, muy larga, comenzaba con la segunda carreta, a eso de las cuatro al fin se pon�an en movimiento, nosotros pod�amos ir caminando hacia el cementerio para encontrarnos con los otros; nuestros papas ya hab�an salido montados, est�bamos en manos del gu�a y las t�as, que ir�an en las carretas, no mas de veinte minutos de espera y, todos sal�amos.

El gu�a hab�a escogido ese camino por ser mas sombrado y las pendientes menos empinadas. Los otros caminos eran, uno por los Mameyes, como que se va a Guisquiliapa, se pasa por el Buen Deseo, Guisquiliapa, el Moj�n, La Francesa, Las Enramadas de Carlos Rom�n, La Conquista, la quebrada de las Trancas, donde salen los muertos y la gente se pierde, Santa Elena, El Cerro Grande, el Gancho de Camino al Caimito, se toma el camino a mano derecha, pasando por las Mercedes se llega a los Encuentros, si se cruza el ri� se va por el camino del Paso de la Solera.

La otra de las v�as es por el Convento, La Pila del Aguacate, el Ri� de la Cabecera, Macuelizo, La Piedra Pintada, la Chorrera, el Nance y La Calera y se cae otra vez al camino de las Trancas.

Saliendo por el Rastro, se pasa por la Guinea, La Ceibita, la Ceiba y se sale en frente de Ave Maria, se junta al camino que viene por el Pante�n.

R�pidamente pas�bamos Santa Margarita, un poco mas y lleg�bamos a los �ngeles, en el gancho de camino que viene de Dolores, cuando nos d�bamos cuenta hab�amos pasado el Ojochal. Hasta aqu�, la fauna era de Orop�ndolas, Sanates, Clarineros, Guises y, los Toledos de los cafetales, las Orop�ndolas colas de oro, el paisaje era completamente diferente, los grandes �rboles de Guanacaste, Maderos, Mameyes, Palos de Hule, N�speros, Zapotes, Manzanas Rosas Caimitos, Perotes, �rboles de sombras en los cafetales, se hab�an quedado atr�s, ahora era otro terreno, otra flora, nos acerc�bamos al Cangrejero , all� comenzaban las tierras bajas, semi-secas, la mayor parte de los �rboles estaban en los cercos, Maderos con sus vainas reventando, Ojoches, Ni�os Muertos, Jinocuabos, Madro�os, enormes Moras, Canas F�stulas con racimos de flores, Caraos para la sangre, Pochotes centenarios, Acetunos, Guasimos de Ternero, Guarumos, Corteses y Laureles; mucha pinuela en los cercos; pasando el Paloelapa, y Sonteco est�bamos a las puertas del Bosque. Ya era mas de las Cinco, los Pocoyos comenzaban anunciarse con el �rejodiiido, caballeero�, en el aire los Guises cazando insectos, aun con luz solar comenz�bamos a bajar la quebrada del Salto del Bosque, el ruido del Salto silenciaba el traqueteo de las carretas.

Despu�s de aguar los bueyes, inici�bamos la subida hacia Sevilla, (en ese ri� hab�an Lampreas o puede que Anguilas, serpientes marinas como las del Gran Lago), continuaban las carretas buscando las Canas y Canas Blancas, era tiempo de encender los candiles, los que eran colocados en el yugo de los bueyes, con esa luz lleg�bamos a Canas Blancas.

La ultima parte del viaje antes de llegar a las Canas, la hac�amos dentro de las carretas carretas, cada quien buscaba su carreta y all� se escond�a de las sombras de la noche, la persona mayor que estaba a cargo nos contaba historias antiguas, La Odisea, La Iliada, con sus Aquiles, los P�lux y Castor, Ulises, Pen�lope, H�ctor, Paris, Helena, era una iniciaci�n a la mitolog�a Griega. Otro d�a nos hablaba de La Divina Comedia, en realidad de verdad no nos gustaba mucho pues sal�a el infierno y, no estaba muy buena nuestra conciencia, nos atrasaban adem�s, sab�amos que despu�s vendr�an los cuentos de camino. Despu�s de o�r estos cuentos al llegar a las Canas, el trecho de las carretas a la Casa lo corr�amos a mucha velocidad

Ten�amos que dormir en Hamacas y, seg�n un muy entendido en la materia, toda persona que duerme as�, es mecida por los muertos, con el agravante que si te despertas te las ver�as con el difunto. Yo hab�a visto el cad�ver de una persona en descomposici�n, eso fue el año anterior, estaba en la costa de Tecomapa, as� que no quer�a saber m�s de difuntos

Una vez en la casa hacienda busc�bamos la cena, algo imposible de olvidar, Lomo de Venado asado, el cl�sico Gallo Pinto, crema, tortillas comaleras, del mismo tama�o del comal, Cacao con leche y cuajada seca ahumada, un monumental chilero de chilotes tiernos y mangos, cebollas y chiles congos.

Ya sea por el cansancio, por la cena o, por los cuentos alrededor de una fogata, era dif�cil conciliar el sueno, los ruidos de la noche, pocoyos, lechuzas, las reses en el corral, el viento tibio, el canto de los gallos a media noche, eran mucho y, si a ello le sumamos el miedo que ten�amos, bueno, eso era demasiado. Luego de madrugada el ruido de los tiradores que regresaban con la carga de venados. Hab�a que ir a ver como pelaban los venados. No hab�a dormida.

Cada quien, ya casi al salir el sol, se iba a dormir a su carreta, eso que lo mezan los muertos era mucho, unos dorm�amos arriba sobre la carreta, otros bajo la carreta sobre colchones; acab�ndonos de dormir los que pod�an y, as� cre�amos, nos despertaban, serian las cuatro de la madrugada, a las cinco seguir�amos el viaje; una j�cara de leche de la propia teta de la vaca, caliente y espumosa, pinolillo y alfe�ique era el desayuno.

Nos pon�amos en marcha en una penumbra entre dorada y lila, no hab�an sobras, todo era sombra, aun no hab�amos despertado por tanto pas�bamos a seguir durmiendo en las carretas, las que caminando nos arrullaban con sus ruidos y golpes, el ceja buey, Pijuuul vamuuus, vamuuus Canario. No hab�a pasado una hora aun, y uno por uno sal�an de las carretas como los loros de sus hoyos.

Comenz�bamos a bajar a los terrenos planos, desde aqu� y casi hasta el mar todo el camino seria paralelo al ri� unas veces dentro de el, otras al lado, en todas las pozas grandes encontr�bamos �Patos Canadienses� y, grandes Panchones de mas de un metro de alto, los garrobos se comenzaban a ver en casi todos los �rboles deshojados, de nuevo la flora hab�a cambiado, ahora sobresal�an los grandes Panamas caballeros del ri�, con sus casta�as inigualables, pero hay de aquel que las toque sin conocerlas, pagara su osad�a con dolor; los Canelos de hojas negras; Guayacanes milenarios, Palos de Gato lozanos, solitarios, inmensos; Jen�zaros con sus follajes como carpa de circo y vainas olorosas, Almendros de Costa colosales, Caraos de vainas negras, Joco micos, Jocoevenado, Jovos de corroncha, de muchos de ellos pend�an enredaderas de Ojoebuey, bejucos de agua y Peines de Mico. En las quebradas, en las paredes de barro los nidos-hoyos de los Guardabarrancos, semejaban quesos Suizos, escondidos entre los bejucos Chupamiel; las Urracas con plumaje de la Bandera Patria. Los Gavilanes en las alturas, Palomas de todas variedades, Pavas Locas, Danzantes haciendo sus piruetas entre los Palos de Quesillo. Ondulando entre los �rboles los Chiquimulas negros copete rojo.

Sabias vos, me dijo el carretero, si le quitas las tres plumas que tiene en la cabeza la Urraca, se la das de comer al perro, haces que el perro sea ladrador, los chocoyos hablen y los ni�os mudos lo hagan tambi�n. Me dijo, ese es un secreto que me ense�o el ultimo de los Quiches, viv�a por la quebrada de Ticuiche.

Junto al ri� las Uvitas de Ri�, Papaturros y Aromos, en la vega del ri� los Sajinos primos de los Quequisques y, a uno y otro lado de las vegas las Juanislamas o Janislamas de flores blancas olorosas, algunas veces los peligrosos Chichicastes de Chirr�on, en los remansos miles de sardinas cazando guarasapos coludos.

En grupos nos desperdig�bamos buscando un desayuno de Tres Patac�n, San Nicol�s o alguna Perdiz; al mucho andar lleg�bamos a la altura de los grandes farallones conformados por las llenas milenarias del ri�, Mojaguevos con el majestuoso Pe��n enfrente, pasar a la otra ribera sin mojarse era imposible, junto al Pe��n la casa y leyenda de Maldonado, alentados segu�amos hasta alcanzar Guascatan.

Han visto alguna vez correr polvo como agua?. Solamente en la cuesta de la polvosa se puede, cualquiera que baja el polvo se derrama tras el como agua, penetra hasta donde uno no se imagina, no hay algo que se escape.

Serian las Nueve de la ma�ana, el sol calentaba y sent�amos, sin camisas, como la piel se estaba arrugando y poni�ndose negra, soasados; la poza de Guascatan en aquellos tiempos era larga y ancha, profunda, rodeada de �rboles y riberas de piedra, nos era prohibido ba�arnos ah�, supuestamente y verdaderamente hab�an Lagartos, as� que nos moj�bamos en las partes ralas del ri�.

Nos qued�bamos hasta las tres de la tarde, no era bueno para los bueyes el sol y calor, as� que a recorrer la montana buscado cacer�a, termin�bamos cazando Chombas, a esa hora de Judas, como dec�an, ni animales se ve�an; los mas grandes, que ya ten�an almizcle se iban aparte a fumar escondidos de todos, hablaban de novias y que se yo mas.

A las tres otra vez en camino, la meta era Barranco Bayo con sus enormes Jen�zaros y Guanacastes; en un Jen�zaro el 23 de Marzo de 1901 Eliseo Aviles clavo un machete en el gancho de las ramas de uno de ellos; cuando lleg�bamos, todos corr�an a ver el Machete, y ah� estaba, la ultima vez que lo vi fue en 1970, a alguien se le ocurri� ampliar el camino, arrancaron los �rboles, este vivo no hizo le�a del �rbol ca�do, hizo platita.

Otra cosa fenomenal que busc�bamos era la concha de tortuga de dos y medio metros de largo por casi dos de ancho; nunca he visto colecci�n mas grande Mara�ones como la de Barranco, una manzana con diferentes variedades, rojos como narices de payasos, rojos peque�os cual tapones, morados delgados y gruesos, amarillos, verdes tierno con jugo dulce, a comer Mara�ones en rodajas con sal.

No m�s de una hora despu�s nos mov�amos para poder llegar con luz a la Banqueta. Despu�s de pasar el ri� una cuantas veces mas ve�amos San Antonio se�al que al fin llag�bamos a la Banqueta, dos inmensos Jen�zaros hac�an sombra e invitaban a disfrutar la poza, esta tenia una piedra en el centro que sobresal�a en forma de banca, por lo peque�a era la Banqueta;

Entre las enormes ra�ces de los �rboles acomod�bamos las colchonetas para dormir, esa era una de las mejores noches, visit�bamos las casas de las fincas cercanas, compr�bamos cuajadas, carne seca de animales de monte, Iguanas secas y ahumadas, carne seca manida de Venados y Cuzucos y, nos contaban cuentos de aparecidos, los tales aparecidos estaban por todas partes, no hab�a un solo lugar en donde pudi�ramos estar libres de ellos, lo peor era que en la oscuridad de la noche era muy posible que los vi�ramos, por tanto no abrir los ojos era la soluci�n.

Temprano por la ma�ana llegaba una muchacha de la finca vecina con un gran jarro de leche y un mantel envolviendo pan caliente y cuajada fresca, eso seria nuestro desayuno ayudado con unos huevitos fritos. Recog�amos las impedimentas, nos d�bamos un chapuz�n en la poza y, detr�s de la ultima carreta camin�bamos, realmente parec�amos una banda de forajidos, en cuarenta y cinco minutos estar�amos donde la Pacifica y por ende en Huehuete.

El olor a marisma nos anunciaba la plaza de Huehuete, algunos años estaba llena, ten�amos que rodearla, otros, la cruz�bamos por el medio, el aire fresco del mar nos llenaba de alegr�a, el humo de los hornos y las voces nos aseguraba que ya est�bamos en el mero centro del mundo.

Descans�bamos un rato y, luego al mar, a quitarnos el polvo fino, tan fino como talco que nos hacia ver como fantasmas blancos; pasar lo mas del tiempo en el agua, si el mar estaba en baja, nos �bamos a las pocitas, a ba�arnos a la Poza del Pollo; unos años estaba llena de arena, otros limpia; años despu�s me di cuenta que era el Ni�o el que nos hacia esos estragos, as� como los del agua fr�a.

La ma�ana del d�a siguiente, en cuanto hab�a un poco de luz a buscar que cazar, lo de siempre �chombas�, pero como dice el dicho de: de Lagartija para arriba todo es cacer�a, est�bamos satisfechos; regres�bamos a desayunar algunas veces palomas asadas y pan caliente, luego nos �bamos para Tupilapa por costa, despu�s de cruzar los Pe�ones, no nos interesaba la llena, de regreso pod�amos subirnos a la Loma de Bartolo, ( en temporada de mar dona A�da de Ar�valo viv�a en la casa de la loma, cuando se ba�aba le grita a su hijo Frutos, cuando venia un gran tumbo, Fruta la macha granda), sin mojarnos y llegar a Huehuete,; una vez, en la costa encontramos una especie de Tina de ba�o, era azul claro, celeste el�ctrico, brillante, pulida, la quisimos llevar y entre cuatro no pudimos hacer nada, una carreta que paso la levanto, y adi�s mis cien palomas�otro año fue un traje como de buzo, era como de dos metros de largo; en otra ocasi�n encontramos en Tecomapa a unos muchachos que se acababan de encontrar uno como radio que hab�a ca�do del cielo, eso no fue raro para nosotros, pudiera haber sido Flash Gordon. La verdad, la supimos años mas tarde, una zonda metereologica que jam�s fue devuelta.

Todos los años hac�amos un viaje al Astillero, sal�amos a eso de las cuatro de la ma�ana, todo el mundo en caballos, se juntaban muchos otros que no estaban con nosotros, despu�s de pasar Tupilapa, que apenas la mir�bamos, Tecomapa con la inmensa laguna-plaza, por eso el nombre las Placitas de Tecomapa, casi tres horas despu�s lleg�bamos a Vera Cruz de Acayo, frente al mar hab�a una colina de conchas que por años la gente se hab�a comido, desayun�bamos algo, continu�bamos, pas�bamos Tulalinga, el Mogote Pe��n y por fin cruz�bamos los farallones para llegar a Escalante, No hay en todo nicaragua una rada mas bella que la del Astillero, desde donde desemboca el río, el Velo de la Novia, con el promontorio que se adentra en la bah�a, hasta su final al sur, aguas azules, mansas, tibia, es digna de una serie de hoteles tur�sticos.

En uno de esos viajes, yendo a la altura de Tecomapa, ya hab�a suficiente claridad, encontramos que el ri� se hab�a llevado bastante de la barra y, entre esta y la costa hab�a un desnivel de un metro, cortado en �ngulo recto, por la costa a la orilla de los Espinos venia un burro corcoveando, abajo cerca del ri� en el chafl�n estaba un Gato Colamuca, el burro se puso al borde y lanzo un Jiaju jiaju, el Gato salto hacia arriba cuando iniciaba el segundo Jiaju el burro, el burro cuando vio al gato salio disparado hacia atr�s, saltando, pateado y pediando, el Gato solamente hizo miaun y en un amen hab�a desaparecido entre las tunas.

Otro año fuimos a las alturas de Huiste, ya en la cima el clima era fresco, mucho mas que el pueblo de Jinotepe, divis�bamos la costa desde bah�a de Salinas hasta Le�n, por el norte El Gran Lago Cocibolca, a un lado, la ciudad de Granada, luego Masaya, mas cercanas Jinotepe, Diriamba y San Marcos, toda la meseta y al fondo el Lago Xolotlan, bajamos por el lado del mar y encontramos manantiales de agua caliente.

Estas son unas bellezas que muy pocos chingos conocen, otra de ellas es el Mogote, un inmenso promontorio de rocas con una cueva en el medio que ha ido horadando el mar, muchas personas ve�an al fondo de la cueva una imagen de la Virgen Maria, estos restos geol�gicos jam�s han sido estudiados, all� est�n las cucarachas de mar mas grandes que he logrado encontrar, as� como los cascos de burro y, las cabezas de hacha gigantes.

Todas las tardes �bamos al ri� a lavarnos la sal, nuestro juego era pelear contra los monos Caras Blancas y Los Panchones unos monos grises, nosotros le tir�bamos piedras e ellos nos tiraban ramas, todo alrededor de los lavanderos estaba lleno de monos; dec�an las mujeres lavanderas que los monos las espiaban y se pon�an alegres cuando las ve�an desnudas de la cintura arriba.

Cuando �bamos al ri� de la Flor, aprovech�bamos ir a comer Jocotes donde Nicol�s Moya, no menos de sesenta palos con todas las variedades que se le ocurra a uno que exist�an; tambi�n compraban huevos de Lagarta, grandes como de chompipe, suaves como de iguana, tengo idea que eso termino con los Lagartos en la zona, actualmente solamente se encuentran en las Placitas.

Un año encontramos a las lavandera limpiando ranas, fue un año tremendo de sequ�a y la guerra mundial, ellas ten�an que hacer eso para darle de comer a sus familias, mientras en otras partes ese lujo no lo pod�an pagar mas que los muy ricos.

Otra vez nos metimos a caminar en la quebrada del Cincoyo, encontramos un ancla de dos metro colgada de un �rbol, nos dijeron que hab�amos estado cerca de el embarcadero; esto me hace pensar como serian esos r�os hace unos Dos Cientos años. Contaba Nicol�s Moya que barcos grandes entraban hasta el lugar que llaman ahora el Embarcadero.

Del río de la Flor nos �bamos caminando hasta las ruinas de la casa de Picci, junto estaba un manantial y un bosque petrificado, estaba tan bien conservado que la savia (leche) se ve�a fresca, los troncos de los �rboles se pod�an identificar, Guarumos, Jinocuabos, Guayacanes, etc.

Otro año Sime�n Parrales mando que cavaran para hacer otro horno de sal, encontramos tantos artefactos de piedra y barro como si fueran enterrados a prop�sito, me llamo la atenci�n una piedra de Moler en forma de U con dibujos en bajorrelieve, las patas que la deten�an parec�an tigrillos, algo bello y �nico.

Un año el mar saco un Guanacaste inmenso, as� lo ve�amos nosotros, muchas familias se tomaron fotos en el, una de las noches decidimos pegarle fuego, paso ardiendo una semana, unas ramas quedaron, las encontramos el siguiente año.

Por las noches se jugaban a las Prendas, cada uno escog�a una prenda de vestir Ej. Camisa, pantal�n, calcetines, etc. Alguien iniciaba diciendo: Por aqu� paso un soldado, todo sucio y derrotado, todo llevaba pero no llevaba zapatos, el de zapatos deber�a contestar r�pido iniciando con el Soldado�si la persona perd�a, tenia que dar una prenda.

Esta prenda pod�a ser una medalla, una navaja, x, etc. Cuando el juego no tenia m�s jugadores el que quedo sin perder cogia las prendas y sacaba una, no ense�aba la prenda y preguntaba a alguien: que merece el due�o de esta prenda? La persona contestaba Ej.que vaya solo a los Pe�ones. Tambi�n, que vaya solo al Pante�n del montecito y, as� hasta que se terminaban las prendas.

Cuando sab�amos que alguien estaba enamorado de una de las muchachas se mandaba a darle un beso, ambos quedaban satisfechos; as� segu�a el juego hasta que nos llamaban a dormir, camin�bamos planeando el d�a siguiente. Por esa �poca en Huehuete no hab�a servicio el�ctrico, nos ilumin�bamos con l�mparas de carburo o de Gasolina.

El castigo mas grande que nos pod�an dar era ir al pante�n de Huehuete, estaba en una montanita, las tumbas desperdigadas por todos lados, las cochinas dudas, el puerco miedo y, adem�s ir solo, Dios te guarde con Dios te libre.

Cada vez que recorr�a ese camino, despu�s de muchos años, escuchaba las voces de los amigos gritando, cantando y llam�ndonos unos a otros, siempre me transporto� a mi ni�ez y adolescencia, los años dulces y felices de unos ni�os de pueblo que amaban el campo, el bosque y el mar.

El regreso, siempre era triste, no era en carreta, el carro nos esperaba, una hora despu�s de nuevo en el pueblo, negros como Pijules, con los pies como raquetas de Tenis, pensando en Mayo, ya ven�an las clases, se terminaban las vacaciones, volver�amos a ser maquinas, de vez en cuando a platicar de los logros obtenidos en el mar.

Años despu�s hicimos la misma traves�a en un cami�n viejo armado por nosotros, ya como matacanes y con almizcle, fueron unos viajes bellos, llenos de aventuras, nos llamaron Los H�ngaros, pero jam�s fueron como los años de la ni�ez

Palalán


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